La encontré, una tarde lluviosa de febrero, en el Naturhistorisches Museum, en Viena. Ella venía de Willendorf, junto al Danubio.
Una diosa del amor y la fertilidad, ideal de belleza femenina. La miss de tiempos que nos precedieron. Maciza, obesa, con todos sus rasgos sexuales exagerados: abdomen, vulva, nalgas y mamas muy grandes. Como esta belleza austriaca hubo muchas más en su época, entre los Pirineos y el río Don.
Veinticuatro mil años después, Imogen Cunningham recogió con su cámara la imagen del primer desnudo que se conoce de una mujer embarazada.
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